sábado, 11 de septiembre de 2010

Una taza de café



“¿Qué hago aquí?” Es la pregunta que surge dentro de mi cabeza luego
de que pasaron 10 minutos desde la hora acordada, y aún la sigo esperando…

Se conocieron desde
hace diez años, cuando los dos comenzaban la prepa, se hicieron buenos amigos.
Ella tenía la particular característica de ser muy amistosa con sus amigos, y a
él en especial le tocaba recibir un abrazo cada tarde que se veían en la escuela,
pero no era un abrazo cualquiera, era un abrazo lleno de cariño, cálido, suave,
dulce… Esas sensaciones que eran tan ajenas para él, hicieron que confundiera
ese cariño con algo más, y un día, después de año y medio de conocerse, decidió
expresarle sus sentimientos con una cursi carta amorosa, pero la respuesta no
fue tan positiva, bajo el argumento de “no querer arruinar la amistad”, ella lo
rechazo, pero la amistad ya sabía arruinado, pues después de ese
acontecimiento, ella dejó de recibirlo todos los días con ese abrazo tan
especial…


Media hora después ella por fin salió, disculpándose por el
retraso. Entonces caminamos sin rumbo con la esperanza de encontrar un lugar
donde tomar una taza de café, mientras, le pregunté cómo había estado su día…

Al finalizar los 3
años reglamentarios de la prepa, ambos perdieron un amigo, irónicamente el
amigo muerto resultó se al que ella comenzó a acudir para platicar sobre
diversas cosas una vez después de que él paso a ser sólo un amigo más, esta
situación de alguna forma revivió la amistad, y ella volvió a ser la misma
amiga cariñosa de antes, pero el ciclo académico había concluido, al menos para
ella, y por tanto se dejaron de ver…


Después de caminar un rato encontramos un lugar que se veía
agradable. Entramos y nos sentamos en una mesa en un rincón, yo quería platicar
con las menores interrupciones posibles…

Pasaron los años, él
procuraba llamarle por teléfono de manera regular, pero una llamada  telefónica le demandaba mucha más
concentración que una conversación virtual, así que cuando las conversaciones
se tornaron monótonas, las llamadas disminuyeron considerablemente, una en su
cumpleaños y otra cerca del año nuevo, y en la segunda ella siempre respondería
“justamente estaba pensando en ti”…


Pedimos un café. Al principio, como de costumbre, escuché
todo lo que ella tenía que decir de su vida: el trabajo, su tesis, su familia, su
hija… Yo simplemente me limité en hacer comentarios sobre algunas cosas, y
cuando me tocó platicar, hable de lo de siempre, el trabajo y la escuela…

Después de algunos
años, una tardé le llegó una noticia, una amiga en común había sido invitada a
su fiesta de madre primeriza, y esa misma noche le llamó para confirmar el
hecho. Se enteró de que la llevaba más de seis meses, que sería niña, y que
ella había decidido prescindir del padre, esto último lo hizo admirarla, y la
determinación con la que había dicho ese comentario lo había sorprendido aún
más que la noticia del embarazo…


“¿Qué hago aquí?” Vuelve a preguntar mi conciencia, luego de
darle varias vueltas a temas viejos y repetidos. Finalmente llegamos al tema
que siempre resulta el más interesante, el de nuestras vidas amorosas. Ella no
comenta mucho, sólo de algunos chicos a los que ha conocido y le han gustando,
pero expresando su frustración al no tener el mismo “pegue” de antes, cuando
casi con la mirada podía convencerlos de que la invitaran a salir. Yo no tengo
mucho que decir, luego de mi última (y casi única) relación, he tenido
dificultades para definir qué es lo que busco en  una pareja, le platico de mis citas con otras
amigas, las que podría pretender, pero como al final siempre hay algo que me
frena…

Después de la noticia
del bebé, intenta concretar una salida con ella, pero la casualidad o el
destino lo impidieron, de pronto su niña ya había nacido, y entre la escuela,
el trabajo y la hija, poco tiempo le quedaba para salir, así que él sólo pudo
retomar la regularidad de las llamadas, pero en esta ocasión, ella lo volvió a
sorprender cuando por primera vez, en su cumpleaños, ella le llamó…


La conversación se torna un tanto más íntima, ella platica
de sus problemas existenciales por los que pasó cuando el último novio que
tuvo, luego de parecer tan perfecto, al final resultó ser uno más del montón.
Yo le doy mi punto de vista y le hago comparaciones con experiencias propias y
platicadas por otras personas, luego trato de guiar la conversación  para que salga al aire la pregunta “¿Sabes
por qué estoy aquí?”…

Un día, cuando llegaba
a su casa, la vio cuando iba saliendo el metro, la saludo, conversaron un
momento, y de pronto ya la estaba acompañando en su lista de tareas que tenía
que hacer en los juzgados de la zona. Pasaron a tomar un aperitivo  y actualizaron sus números de teléfono
(celular). Un par de semanas después se volvieron a encontrar por la misma
zona, aunque en ese momento llevaban más prisa que la vez anterior. Finalmente
un día ella lo saludó desde el mensajero instantáneo de internet, y desde
entonces comenzaron a platicar más, y a concretar distintas salidas para
charlar mientras se tomaban una taza de café…


“No  sé, ¿por qué estás
aquí?” pregunta ella. Yo, lanzo un suspiro y le respondo: “No lo sé, vengo
haciéndome esa pregunta desde hace varias semanas, desde la última vez que nos
vimos. Me pongo a pensar y no encuentro un motivo lógico, sí, se supone que
somos amigos pero, ¿cuántas veces me llamaste por teléfono durante los últimos
7 años?, sólo recuerdo una, esa vez de mi cumpleaños. ¿De qué cosas platicamos
cuando nos vemos?, a veces siento que me toca más escuchar algún chisme que
tienes de alguien que no estoy seguro de conocer, y realmente no me preguntas
detalles de mi vida, lo que te platico es más bien como comentario tratando de
comparar con algo sobre tu vida que yo pregunté. Este tipo de pláticas contigo,
las puedo tener con cualquier otra persona, pero sin embargo, aquí estoy, como
un buen ‘amigo’, deseando que no llegue el momento en el que nos tengamos que
despedir, buscando cualquier oportunidad para tomar tu mano o darte un abrazo,
comentándote que me gustaría conocer a tu niña, una idea que a veces siento me emociona
más de lo que debería; pensando en que me gustaría poder ayudarte en algo más
que solo venir a escucharte…”  Lanzo otro
suspiro y continuo: “Sólo hay una respuesta ‘lógica’ en la que puedo pensar, es
que aún siento algo por ti, más que sólo el cariño de un amigo, pero temo que
si te digo lo que siento, sucedara lo mismo que hace casi 10 años, y no
quisiera perder esto que tengo ahora, que tal vez no será todo lo que quiero,
pero me permite estar contigo de vez en cuando, de mirarte, de admírate…”

“Se hace tarde” dice
ella. Piden la cuenta y él se ofrece a invitarla, ella acepta. Salen y se van
hacia el metro, existe cierto aire de tensión, pero ninguno de los dos dice
nada. Cuando llegan a la estación, se despiden con el mismo abrazo cariñoso y
cálido, y un beso en la mejilla. Él la ve abordar el tren y después cruza del
otro lado para  regresar a casa, mientras,
una frase se queda en su cabeza: “la próxima vez se lo diré… la próxima vez…”.


 

1 comentario:

Alfonso dijo...

caray.... las cosas son muy chistosas en esta vida, pero solo puedo decir que me encanta la forma en que escribes, siempre tiene ese algo que que se yo que siempre te aliviana la lectura... simplemente genial,

Mi año de vacas flacas

  El 2023 comenzó con una noticia que se venía vaticinando desde meses antes, cuando la Delfina Gómez dejó la Secretaría de Educación Públic...